22 abr 2011

Cierra los ojos y mira la oscuridad.
Ése era el consejo que solía darme mi madre cuando no podía dormir. Ahora no querría que hiciera eso, pero he decidido seguir su consejo. Miro fijamente la inmensa negrura que se extiende más allá de mis párpados cerrados. Aunque estoy tumbada y quieta en el suelo, me siento colgada del punto más alto que quepa imaginar; agarrada a una estrella en el cielo nocturno con las piernas pendiendo sobre la fría y negra nada. Echo una última mirada a la mano que sujeta la luz y me suelto. Caigo, luego floto, vuelvo a caer y, finalmente, aguardo la tierra de mi vida. Ahora sé, como sabía cuando era esa niña que espantaba el sueño, que detrás de la pantalla traslúcida de los ojos cerrados hay color. Me provoca, me reta a abrir los ojos para impedir que me duerma. Destellos rojos y ambarinos, amarillos y blancos motean mi oscuridad. Me niego a abrirlos. Me rebelo y aprieto los párpados aún más para bloquear los puntitos de luz. Y con ellos, un placer inexplicable habita mi cuerpo, y me hace descansar, dormir..

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